Llegué a Laponia un tanto amedrentado por la actividad que tenía delante y toda la incertidumbre que la rodeaba. Los días grises, casi tenebrosos, en la tundra no ayudaron a darme ánimos.

Luces árticas

Acabé, casi un mes después, entre las estampas invernales de unas montañas cada vez más nevadas, con el blanco sustituyendo al verde y el regalo final de aquellas luces mágicas, cuando las nubes abrieron un hueco al sol ártico y necesité, siquiera por una vez, usar las gafas oscuras. Para entonces, mi estado de ánimo fortalecido y renovada mi fe en que el viaje siempre te da más de lo que te pide… por mucho que pida.

Si, llegados a este punto, no te has leído el diccionario geográfico lapón, dedícale un par de minutos. Si no, siempre puedes volver cuando se te empiecen a acumular los Coalbmevaggi, Rahpesjohka y demás.