Amanecer, frío y calcetines tendidos, etang de Couart

He planteado este recorrido de la HRP siguiendo en lo posible la filosofía ultraligera; al menos, mi versión del senderismo ultraligero o, dicho de otra forma, lo que mi experiencia actual me permite alcanzar. Y lo he hecho así por dos razones básicas: por un lado, por pura necesidad: 29 días para una ruta típicamente descrita en 6 semanas es un reto considerable y viajar ligero será un arma importante para conseguirlo. Por otro lado, por simple comodidad: está claro que cargar 10 kg. es más cómodo que cargar 20.

Más aún: he planteado la HRP con una amplia autonomía, con un mínimo de 5 días entre puntos de reaprovisionamiento (y un máximo de 6, si todo va bien y mis piernas responden al ritmo explosivo que ello requiere). Esto quiere decir que intento recurrir a la civilización lo menos posible y lo menos a menudo posible, dentro de un orden. Sería muy fácil reducir peso hasta límites ridículos a base de apoyarse en las infraestructuras existentes (pueblos, refugios…) pero no va a ser ese el camino. Dormiré en la montaña y llevaré toda mi comida, combustible y todo lo que considere necesario para trasladarme entre cada punto de reaprovisionamiento.

Ahora bien: ¿se puede hacer la Alta Ruta en autonomía y con una carga media de 10 kg? ¿Se puede, además, hacer con seguridad? ¿Con confort? ¿Hace falta asumir algún compromiso?

Las respuestas: sí, por supuesto que se puede. Con seguridad y con todo el confort del que carga 20. Y, bueno, sí, asumiendo algún pequeño compromiso.

La idea detrás de todo esto está perfectamente expresada en el planteamiento y el plan previos para este recorrido de la HRP. Aunque no llegué a pesar la mochila durante el viaje, estimo que, a máxima carga (esto es, con comida para 6 días y un par de litros de agua), llegaría a un máximo de 12 kilos, con un aspecto tal que así:

Virga a máxima carga, saliendo de Salardú. El valle de Arán de fondo

Hacia el final de cada sección, con poca comida restante, ya no tenía ni que preocuparme por encajar bien cada bulto, la Virga se lo tragaba todo con sitio de sobra y, con unos 7 u 8 kg a la espalda (peso total, no base), ni me acordaba de que llevaba algo ahí:

Gran hito, pequeña mochila. Pla Gilhem

El éxito del paradigma ultraligero es tal que uno acaba tomándolo como algo natural y preguntándose cómo es posible que la gente siga cargando esos monstruos gigantescos de los que aún cuelgan (fuera) el aislante, la tienda y hasta el saco. ¿Qué llevan ahí??? Pregunta capciosa, lo sé. Sé lo que llevan porque yo también lo he llevado. Y, en realidad, no llevan gran cosa más que yo. Simplemente, cargan con un montón de por-si-acasos, muchos elementos repetidos y un sinnúmero de cosas sobredimensionadas.

Pero hablemos de ese supuesto éxito más allá de la obvia consideración del menor peso y volumen. El éxito se debe expresar en bastantes más variables. Comodidad, suficiencia, autonomía y, sobre todo, seguridad. No vale confiar en la suerte del que espera buen tiempo continuo ni vale tampoco montar retirada cada vez que las cosas se ponen feas. El paradigma ultraligero cuenta con mantener al senderista cómodo y seguro. ¿Y bien?…

Es sencillo hacer listas mega-ultra-ligeras desde el sillón de casa. Cuando ves acercarse una tormenta mientras transitas por una ladera a 2200 m.y el viento te vapulea por los 5 costados, quizá empieces a echar de menos alguna de las cosas de las que decidiste prescindir… sentirse seguro (y estarlo) es la clave y es en el monte donde se pone a prueba la validez de las teorías elaboradas desde el sillón. Es por esto que cuando, desde Lescun, día 5, hablé por teléfono con mi compañera para fijar nuestro encuentro en Candanchú, le pedí que me trajera la Cave 2 que, con 290 gr. más, pesaba casi el doble que mi exhiguo Spinnshelter. Acababa de pasar una noche casi sin dormir mientras el Spinnshelter capeaba como podía (¡y lo hizo bien!) un viento racheado cerca del col d’Anaye, a los pies del pico Anie. El Spinnshelter funcionaba pero yo sólo podía pensar con temor en la siguiente noche venteada y desear tener conmigo un refugio en el que confiar. El Spinnshelter se quedó en Candanchú, yo viajé un poco menos ligero pero bastante más tranquilo. Por cierto, pasé unas cuantas tormentas de pronóstico reservado bajo la Cave 2.

Listos para la tormenta. Cave 2 en su perfil más discreto. A prueba de bombas

Probablemente, es la protección contra el mal tiempo la prueba más dura para cualquier equipo, incluído uno ultraligero. Si funciona ahí, el resto son poco más que detalles. Mi querida Cave 2 me mantuvo no sólo seco y seguro sino también tranquilo. Pude ver las tormentas llegar y pasar desde mi pequeña abertura frontal. Qué bonito es ver las tormentas desde un refugio seguro.

Lo que quiero decir con todo esto es que, si bien el peso de cada elemento es un factor clave, no lo es todo. Es fundamental que el equipo funcione, que tengamos la experiencia necesaria para hacerlo funcionar y que confiemos en nuestros instrumentos sabiendo que van a funcionar.

El rendimiento de cada elemento está detallado en el análisis del material. En una visión global, nunca eché nada de menos y salí adelante con suficiencia en cada situación, consciente de los pequeños compromisos asumidos y contento de asumirlos. Sé que se puede triunfar con menos pero yo aún no estoy ahí o, dicho de otra forma, aún no estoy convencido de que puedo o quiero llegar ahí. Estoy contento con lo conseguido: total confort y una espalda que no se ha enterado de nada.

Ultraligero es mi camino. Ya no puedo volver atrás. No necesito volver atrás. Los ultrapesados argumentan habitualmente que llevan todo eso «porque se puede» y, sí, qué duda cabe, se puede pero ¿a qué precio?… recordad: de 7 a 12 kg, peso total (4 kg, peso base), para hacer lo mismo que con 20 ó 30 y durmiendo en la montaña, donde mejor se duerme. No da igual. Luego, que cada cual elija pero no da igual.

Me resulta curiosa esa filosofía ultrapesada que acabo de mencionar. Durante la ruta, en uno de los tramos coincidentes con el GR11, crucé algunas palabras con alguien que recorría dicho GR; su mochila era grande a secas, nada espectacular pero lo que llamaba la atención eran unas aparatosas ¡botas de invierno! con una caña de varios kms. de longitud, claramente desproporcionadas para la tarea (yo estaba haciendo la Alta Ruta en zapatillas). Se lo hice ver y su razonamiento era que estaba cómodo y no le sudaban los pies. Obviamente, allá cada cual, dentro de que lo más importante en un calzado es que siente bien pero, por ese razonamiento, podríamos recorrer los pirineos con… yo qué sé… gafas de buzo ¡y tubo para respirar! no hacen falta pero seguramente causarán menos problema que un kilo extra en los pies.